Dueño Vende

(Cuento)

Para mi vecino «el español» que logró vender su casa.


Mi madre me llamó para que viera por la ventana aquel espectáculo. Son justamente las doce. A esta hora, si hubiera pavimento en la calle seguramente dejaría escapar el humillo de evaporación que se refleja siempre en los retrovisores de los grandes entaponamientos de la ciudad. Creo que el perro que se mueve inquieto al final de la cadena está sofocado, la lengua le cuelga fuera de la boca retrayéndose con velocidad, gotea saliva por doquier y el animal avanza en vez de gracia con desgracia a su paseo diario bajo el sol del mediodía; su amo, el dueño de la casa de enfrente, espera que cague en el solar vacío de al lado, pero el perro no tiene intención de llegar tan lejos, piensa que las palmeras nuevas que han sembrado en la entrada de la casa son un buen reservorio para sus residuos alimenticios. La madre del dueño falleció hace algunas semanas, pero no se le nota la pena, debe estársela guardando para cuando esté desocupado, porque es mucho el trabajo que hay que hacerle a la casa para poder venderla, especialmente por estar en esta calle por la que transitan él y su perro.

La vecina lo debe estar esperando para comer, ha voceado varias veces a ver si su marido por lo menos le contesta,  pero él no se perturba y sigue paseando con el perro que llegó perdido hasta la puerta de su casa hace meses, y luego de los suficientes baños para quitarle las pulgas que nunca tuvo (pues claramente era un perro casero perdido) y de haber soportado algunas vacunas que seguramente otro amo ya le había puesto, el pequeño animal estaba listo para formar parte de su vida. La vecina le dijo a mi madre que su esposo es obsesivo con la limpieza, por eso lo vemos desyerbar el solar del lado con esmero, agarra su machete despegando pedazos de yerbas y piedras aposadas en las cunetas hasta dejar impecable la calle completa. Esa misma tarde llovió, pero gracias a él el agua se aposó menos.

Trajeron una tercera palmera para adornar el frente de la casa de los vecinos, que está en venta; el dueño ha vuelto a picar la acera para decorarla esta vez con adoquines falsos, ha comprado pintura color ladrillo y ya ha cuadrado perfectamente con una soga la porción sobre la que el haitiano ayudante depositó la mezcla de cemento, luego de echar el material, tomó su herramienta y comenzó a redondear una jardinera. Esa mañana llegó un visitante, creo que era un comprador. Parqueó su jeepeta frente a la acera y dio par de vueltas a la casa, inspeccionó el frente y luego de sacudirse el polvo que encontró en la marquesina volvió a subirse en su carro y se fue, ni siquiera entró. El dueño agarró una manguera, una escoba y en cuestión de horas, ya la marquesina era un espejo de mosaicos perfectamente limpios donde el más exigente comprador hubiera podido poner a sus hijos a jugar si hubiera querido. Desde ese día lava la marquesina a diario. No quiere ver polvo en la entrada de la casa, no quiere que otro comprador se sacuda la suela del zapato frente a su propiedad. La mujer aún espera impaciente para que su marido la acompañe a comer, el hombre entra y al poco rato sale de la marquesina en el carro, recogiendo con la escoba y la palita el polvo sobrante que dejan las ruedas encima de las lozas. El ladrido del perro refresca su vista y hasta diría que parecía estar feliz. En cuestión de minutos, el hombre sale con una sombrero de cana, un machete y varias fundas negras de las que venden los muchachos de hogares crea, a limpiar toda la cuadra de yerbas. Todo nuevamente limpio. Esta vez llegó hasta el edificio nuevo que están construyendo en la otra esquina. Increíble!

En la tarde una mujer vino a visitarlos, tenía un traje de cuadros y una actitud profesional, inspeccionó la casa con el dueño y la esposa y parados frente a la verja comenzaron a conversar, el sol le lastimaba los ojos y la mujer optó por conversar en otro lugar, no podía verlos, no sé lo que estaban hablando, sólo sé que al salir, la mujer colocó en el portón un elegante letrero que decía: “Casa Ideal Real Estate”, y desapareció de sus vistas. El dueño miraba atentamente algo en la vivienda, antes de que llegara la noche ya encaramado en el techo tomando unas medidas. Al otro día llegó una brigada de instalación, el toldo fue pintado de blanco con rayas azules, que luego fueron cambiadas a verde con amarillo, y luego nuevamente a azules hasta que una vecina pasó a saludar y mencionó: ¿porqué no rojo?… también fue laminado el cristal de la ventana corrediza del segundo piso, ningún intermediario, cliente o persona alguna volvería a achicar los ojos dentro de su propiedad.

Las palmas del frente estaban tan hermosas, habían crecido ya un pie completo. Sobrepasaban la verja.  Justo cuando el dueño regresó de recoger basuras de los contenes y yerbas de los entrecruces de las aceras, su mujer arrastraba el pesado portón de la marquesina para sacar el carro. La vecina le comentó a mi madre esa mañana que ahora sí lo iba a dejar, que estaba cansada del loco que le había tocado por esposo, que estaba harta de lavar los trastes varias a veces al día sabiendo que estaban limpios y verlo bañando al perro a diario para evitar que se contagiara con alguna enfermedad, que la casa no se iba a vender y que nunca se mudarían de ahí, que el barrio era inseguro y que su madre la iba a recibir de nuevo.

El dueño la observó y en vez de ayudarla calculó la fuerza que ella necesitaba para abrir ese mismo portón todos los días. La mujer le gritó que se marchaba esperanzada de que él reaccionara de alguna manera, en todos los cristales de las ventanas de la calle asomaban miradas escrutadoras observando la escena, yo era una de las que estaba pegada de la ventana. El dueño le dijo con suave voz llena de convencimiento que fuera paciente, que al venderse la casa sus vidas iban a cambiar.

Al día siguiente, el dueño compró un control eléctrico para la puerta. Tuvieron que venir varias veces a instalarlo, porque la activación según su cálculo del tiempo no coincidía con la medición exacta de segundos que necesitaba de plazo para que en caso de que su mujer nuevamente decidiera irse, le diera el tiempo suficiente para detenerla.  La suegra llegó de visita esta semana, en eso se parqueó frente a la acera otro comprador. El dueño fue a recibirlo, hizo un gesto para que pasara, pero el comprador no estaba a gusto con el letrero- “humm Casa Ideal»?, me va a salir más caro con intermediario”-, la suegra gritó que ya se los había dicho. El dueño estaba inquieto, ni siquiera bañó al perro ese día, luego de limpiar por segunda vez la marquesina, se dirigió al letrero con dos latas de pintura. La casa de dos pisos con toldos rojos, jardín de palmas exóticas, portón eléctrico, un perro muy limpio, una suegra altoparlante y una esposa inconforme tenía un nuevo afiche: “Dueño vende. Con todo.”