Valores Anticanónicos de la Literatura Dominicana Escrita por Mujeres

Valores Anticanónicos de la Literatura Dominicana Escrita por Mujeres

Agradecida y honrada de que mi trabajo como escritora haya sido incluido para análisis dentro de la investigación presentada en el Centro Cultural de España por las escritoras y académicas: Ángela Hernández, Lauristely Peña, Denisse Español e Ibeth Guzmán

A continuación les comparto, con la venia de la autora el trabajo: “Los valores anticanónicos de la literatura dominicana escrita por mujeres. El caso de Mujer en Pocas Palabras”, ponencia presentada por Ibeth Guzmán.

«La idea de esta mesa de análisis es identificar cuáles valores anticanónicos están presentes en la literatura que escriben las mujeres. En mi caso, me correspondió analizar la literatura de la generación de escritoras nacidas entre los ochenta y noventa. Voy a confesar que me salí un tanto de esta categorización estrictamente cronológica para proponer otra muy parecida, pero haciendo unas tres excepciones en lo que concierne a la edad. Apelo a la indulgencia y generosidad de este público para que comprendan mis razones.

Recuerdo como si fuera ayer, bueno casi como si fuera ayer, pues no tengo tan buena memoria, la polémica que se suscitó cuando a Bob Dylan se le otorgó el año pasado el Premio Nobel de Literatura. Sí de literatura. La inclusión de este artista de la palabra, mas no así de las letras, dejó perplejo a más de uno. Saltaron inmediatamente a la opinión pública los clásicos dos bandos a los que se resume toda discusión posmoderna: los que están a favor y los que están en contra. Los de a favor resumían su planteamiento en que sus canciones eran poesía, una poesía que llegó al oído de millones de personas en todo el mundo. Y por su lado, los de en contra, argüían que no era un escritor con publicaciones de libros con intención literaria.

En otras palabras, Bob Dylan estaba fuera del canon.

Esta entrega dio pie a que se removiera la ancestral discusión sobre el canon literario, muy oportuna en estos tiempos cuando es necesario repensarlo todo. Aunque la idea de canon se ha construido en la literatura en todas las épocas, fue Harold Bloom en 1995 con su polémica publicación El canon occidental quien dio al término la connotación de que esa decisión sobre lo que debía y era necesario leer, respondía en gran medida a una decisión de personas, así normales, comunes y corrientes como nosotras, que por su incidencia institucional eran y son los quienes lo determinan. Dice Tejerina Lobo[1](2005): “El canon, definible como la voluntad de seleccionar en un corpus limitado a los mejores escritores y de relegar a los autores incompetentes, responde, asimismo, como sostiene Bloom, a un criterio restrictivo, un repertorio limitado y abarcable, ya que el que lee debe elegir, puesto que literalmenteno hay tiempo suficiente para leerlo todo, aunque uno no hiciera otra cosa”.

 Esta cuestión deja en el tintero muchas preguntas sin respuestas. ¿No estaría el canon mediado por la pedestre e inconsistente inclinación humana de validar o privilegiar aquello que más le gusta? ¿No estaría el canon adaptado y respondiendo a los intereses al estatus quo? Por más vueltas que le demos, la contundencia de una respuesta afirmativa es casi inevitable.

En su discurso de recepción del Nobel, Dylan inició su disertación así: “Cuando recibí el premio Nobel a la Literatura, tuve que preguntarme: ¿Cómo mis canciones están relacionadas con la literatura?”. Si no nos dejamos arrastrar por prejuicios y cánones, le responderíamos, sin mucho artificio: Porque tus canciones logran captar vívidamente la esencia del alma humana. Pero el canon está ahí, convive con nosotros y nosotras como si fuera nuestra sombra.

El caso de la literatura escrita por mujeres ha tenido que configurarse sobre la ruptura constante de cánones que van desde la antiquísima premisa de si una mujer es capaz de escribir, hasta si el género en el que más encajan sus propuestas estéticas es el lírico. Gracias a Dios o a los dioses, ya Viginia Woolf, Doris Lessing, Aída Cartagena Portalatín, Hilma Contreras y un largo grupo de mujeres han desencajado, aunque no abolido, muchos prejuicios.

Esta noche quiero que reflexionemos en torno a dos fenómenos literarios que tienen que ver directamente con la ruptura de los valores canónicos de la literatura escrita por mujeres. Se trata de mujeres que escriben microrrelatos. Para ello voy a tomar una muestra de trece autoras, diez jóvenes y tres no tan jóvenes, como indiqué en el primer párrafo, que fueron incluidas en una especie de antología que publiqué hace unos años bajo el nombre Mujer en pocas palabras. Esa muestra reúne microrrelatos escritos por escritoras dominicanas en los últimos veinte años. La selección tuvo como único requisito que los textos fueran escritos por mujeres. No se trata propiamente una antología. Ni un compendio. Es simplemente una muestra obtenida de mi gusto como lectora, sin otra pretensión que mostrar cómo este género moderno se mantiene presente en las autoras dominicanas. Es importante saber que en este compendio no están incluidas todas las escritoras dominicanas que han puesto su manantial creativo al servicio del microrrelato. Este, si se quiere, al no cumplir con la formalidad ni el rigor de una antología, es un botón de muestra.

Se dice que escribir historias, cuando las palabras son limitadas por el genio y no por la forma, requiere, más allá del gusto, de una razón intrínseca que mueva al escritor. Unos autores afirman que trabajan esta modalidad por estar provistos de alta capacidad de síntesis; otros, sin embargo, asumen esta forma expresiva como un simple reto. No es de extrañar que novelistas, cuentistas y poetas no se hayan resistido a incursionar en este breve modo de contar.

Las mujeres también se han motivado a decir mucho con poco. En 2013, la escritora Marivell Contreras, bajo el sello editorial Letra Negra, de Guatemala, publicó su libro de narrativa súper breve “La Flotadora”. En la historia de la literatura de autores como Antón Chejov, Jorge Luis Borges, Manuel del Cabral y otros tantos, antes de que estallara el boom del microrrelato, encontramos narraciones que perfectamente se inscriben en esta tendencia. Con las escritoras, sin embargo, no sucede lo mismo. No tenemos a una Sor Juana Inés de la Cruz, Virginia Woolf o Aída Cartagena Portalatín que, escudriñando su producción artística, nos sorprendan con varios microrrelatos, al menos no desde el punto de vista moderno. Por esta razón es importante señalar el fenómeno de la minificción femenina como una novedad literaria. Cuando una escritora como Emelda Ramos (por supuesto, antes de la aparición de sus Cuentos diminutos) publica, aunque no sea un en libro completo de historias cortas, algún texto que se inscribe en esta tendencia, hay que señalarlo como una publicación con un valor agregado, pues además del punto de innovación, se les reconoce la ruptura del mito de que las mujeres, cuando de decir se trata, prefieren la abundancia a la síntesis.

Dentro de las plumas más jóvenes que han trabajado el microrrelato en nuestro país tenemos a Lady Laura Liriano, otra que se ha dejado seducir por la magia de contar historias con las palabras contadas. Aunque no tiene libros propiamente, ha sido publicada en Al este del arcoíris, antología de microrrelatistas latinos, editado en Estados Unidos, y Homenaje a Edgar Allan Poe, editado en España.

Algunas de las autoras incluidas en la muestra empezaron su carrera literaria cultivando este género. Son los casos de las microrrelatistas Xenia Ragassamy y Deisy Toussaint; esta última escribe minificción para la revista de ciencia ficción «Miniatura». Sheilly Núñez es otra escritora que se ha dejado contagiar por el arte de las historias breves; aunque su primer libro, Los elementos, fue de cuentos largos, ha permitido que la brevedad la cautive en relatos como el titulado “Después del final feliz”.

Entre las otras mujeres que han seguido el camino de la narrativa cortísima, y que aparecen en la muestra a que hago referencia, se encuentran Daniela Cruz Gil, Mary Paniagua, Lusmerlin Lantigua, Aracelis Mireles, Raisa Pimentel Mendoza, Elayne Abreu, Lauristely Peña Solano y Yaina Melissa Rodríguez. En mi caso particular, el arte de la narración en pequeño también me ha cautivado.

¿Cuáles valores anticanónicos incluyen estas narradoras? Veámoslo en detalle y usaremos el orden del índice del libro para enlistar los valores de cada una.

En los microrrelatos de Marivell Contreras se inserta el valor de que la mujer busca, en el vuelo de su imaginación la libertad y en el logro de esta meta, la fórmula para ser feliz.  En Daniela Cruz vemos la mujer como dueña de la ciudad. En Lady Laura Liriano se revelan las prisiones de subordinación del sujeto femenino a la imagen. En Xenia Rangassamy encontramos la visión de un sincretismo religioso al servicio del arte. En Mary Paniagua damos con la incursión de la mujer en la villanía literaria. En Lusmerlin Lantigua hallamos el insilio como modo de protesta al imperio del deber. En Aracelis Mireles se propone una proclama por el derecho de no hacer. En Raisa Pimentel vemos la focalización de una mujer sumisa como verduga inconsciente de su marido. En Daisy Toussaint se imprime las negociaciones con las fuerzas de la oscuridad. En Elayne Abreu se desmitifica el deseo carnal femenino y la ironía de las normas que lo enjuician. En Lauristely Peña se incluye la representación de la negritud como reflejo del racismo. En Yaina Melissa Rodríguez se deconstruye y reconstruye el imaginario infantil del famoso cuento Caperucita Roja con una importante dosis de humor. Y en Sheily Núñez se materializa un post final satisfactorio que contradice el famoso felices para siempre.

Con esta ola de micronarradoras, que en una nueva edición deberá incluir a otras grandes narradoras nuestras como Ángela Hernández, se rompe uno de los mitos más difundidos en la historia: que las mujeres, cuando se trata de palabras, las prefieren al por mayor y no al detalle. Parecería que estas escritoras optimizaron su hemisferio cerebral para contar grandes historias sin la necesidad de utilizar innumerables páginas.

Hay quienes piensan que el microrrelato es una moda; que luego que pase la fiebre dejará de causar revuelo; que su proliferación es causada por el síntoma de agitación extrema que arropa a la sociedad moderna. En realidad, es riesgoso vaticinar el futuro de un canal conductor de las emociones humanas. No hay que ver en el formato el éxito o fracaso de un escritor o escritora. Lo que sí hay que valorar es que la minificción parece que ha encontrado el lado de gracia, tanto a los lectores como a los autores y autoras. La consigna ha de enfilarse a la promoción de los textos de calidad. La extensión mide únicamente eso: el tamaño y la proporción. La calidad la determina, además del dominio de la técnica y del gusto de quien lee, la dimensión humana que pueda encerrar un escrito. Mientras, en Mujeres en pocas palabras nuestras autoras fijan su creatividad literaria, como muestra que puede ser considerada por el canon para una justa inclusión».

[1]Tejerina Lobo, Isabel (2004). El canon literario y la literatura infantil y juvenil. Los cien libros del siglo XX / Isabel Tejerina Lobo. Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recuperado de http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcrr270.

Ibeth Guzmán es docente universitaria, narradora, ensayista e investigadora. Realizó una Maestríen la Enseñanza del Español en la Universidad de Alcalá de Henares, y completa un Doctorado en Estudios del Español, Lingüística y Literatura en la PUCMM. Ha publicado los libros de microrrelatos “Tierra de cocodrilos” y “Yerba mala” y, su tercero: “Tiempo de pecar”, bajo Isla Negra. Coautora de la antología Voces del valle y autora de la antología de mujeres microrrelatistas: «Mujer en pocas palabras». Publica la columna de comentarios críticos de literatura: Qué leer en el periódico Listín Diario. Textos suyos han sido antologados en Meter un gol, Short Stop, ambas antologías de microrrelatos.  Ha publicado artículos académicos en la revista Cuadrivium.