The Write Gift

COD-423-670-PLUMA-PARKER-DUOFO-DORADA-3THE WRITE GIFT

Era un mal escritor, le gustaba comer mientras trabajaba. Había boronas de galletas dulces y manchas de café con leche en toda la mesa de trabajo. Sí, lo sé: quizás el hecho de que fuera un poco sucio y descuidado con su alimentación no lo convertía forzosamente en un mal escritor, pero es que me molesta tanto lo que hace que necesito encontrar sus fallas y apoyarme en cualquier cosa para juzgarlo duramente. Se pasaba horas muertas redactando disparates con su inútil pluma de tinta languideciente y, de vez en cuando, simplemente dejaba de escribir para observarla, ni siquiera recordaba porqué le gustaba escribir con ella pues era un instrumento demasiado problemático, debía tener el cuidado de colocar la presión correcta, el ángulo correcto, de hecho pienso que a veces hasta las expresiones correctas, pues al parecer la pluma tenía predilección por las palabras domingueras, eran las únicas que escribía sin necesidad de ser sacudida un par de veces para forzar la tinta a realizar su elemental trabajo.  Esa pluma se la regaló una mujer, a la que llamaba el amor de su vida, el día de su graduación, vino dentro de una bolsa de regalo que rezaba en su exterior en elegantes letras cursivas: “the write gift”.  Rebuscó entre los cientos de tiras de papeles rizados en colores rojo, blanco y verde, aquella caja de piel con la marca del fabricante grabada en el centro con relucientes tonos color plata. Al abrirla no supo reaccionar de otra manera que sorprendido e involuntariamente le asaltaba el pensamiento que delataba la más evidente característica del objeto: Debió haber sido muy cara. Y al levantar la vista y encontrarse nueva vez con los ojos saltones de la muchacha buscando en su rostro algún indicio de agrado, una expresión facial o corporal que le transmitiera la seguridad de haber hecho el regalo adecuado, entendió que el precio era lo de menos, ahí frente a él estaba todo su valor, en este instante en que se encontraban frente a frente aprovechando la circunstancia de las obligaciones que les imponen compromisos sociales como éste para verse de nuevo y transmitirse delante de todos un afecto que sólo ellos comprenden, que deambula en el aire como fáculas de un mensaje seccionado en muchas partes, de un sentimiento que muere y renace en incomprensibles intermitencias, fusionándose en un abrazo de agradecimiento que significa un poco más, mucho más… temerosos de que su historia sea un sueño demasiado bello para ser real, por lo que tristemente despertarán dentro de pronto.

El continuaba observando la pluma, todo el trabajo paralizado para recordar horas muertas que esa estilográfica era importante solo porque provenía de aquella persona especial, de aquella mujer que le había puesto su mundo de cabeza, que aseguraba haberle salvado la vida; por momentos dudó que hubiera sido comprada por ella, “quizás la eligió otra persona” pensaba, pero al ver la pluma una vez más sabía sin duda fue su elección, un objeto tan complejo, solo podía provenir de una persona igualmente compleja, se dio cuenta que la sostenía mayor tiempo para observarla que para darle uso, analizándola, como si quisiera descifrar en ella algún mensaje escondido: – ¿Qué significa este regalo correcto, será un regalo adecuado?, o ¿simplemente un regalo para escribir?- y no obtenía respuesta.

Como escritor, reconocía que invertía demasiado tiempo divagando. Y en esta ocasión tenía algo importante que terminar: una carta de agradecimiento, que en fondo pretendía que fuera una carta de despedida porque a veces pensar en ella duele, hace daño. Seguía escribiendo sin pausa, como un autómata, sin emoción, haciendo su labor, unas cuantas líneas y las tachaba, no era la idea, no es lo que quería decir, o no es todo lo que quiso decir, o terminó quizás acabó diciendo más de lo que quería. El pulso comenzó a flaquearle luego de la medianoche cuando vencido por el cansancio que le había impedido terminar la página, se quedó inmóvil,  con una mano sostenía la pluma que se deslizaba suavemente entre sus dedos y con la otra intentaba agarrar el papel por una esquina mientras su dedo índice saltaba nerviosamente con una insistencia que parecía querer despertar todo el resto del cuerpo de su dueño, su dorso recto reposando en el respaldo de la silla  ya no tenía la tensión necesaria para que los músculos de su cuello mantuvieran derecha su cabeza provocando que diera de forma involuntaria algunos cabezazos; la pluma finalmente cayó a un lado del texto. El delicado y casi imperceptible sonido lo sacudió instantáneamente. Se restregó los ojos para releer lo que había escrito. La carta tenía algo diferente, casi mágico, desde su altura lucía prometedora, sólo era necesario que lograra distinguir adecuadamente las palabras que no eran fáciles de comprender dada la irregularidad de su trazo que más que letra parecía garabato. El estómago le rugió fuertemente, un pedazo de galleta, aún crocante por lo que informaban las apariencias, reposaba a modo de pisa-papel sobre una de las esquinas, capturaba su atención, las normas de higiene con que lo habían educado no le permitirían levantarlo para comérselo, pero considerando que  había caído sobre el papel no había de qué preocuparse  y al momento que levantó el trozo de encima del cuaderno todas sus letras comenzaron a moverse en estampida generando un holocausto; el escritor se movía nerviosamente si saber con exactitud qué debía hacer, pues aquello era lo único bueno que había escrito desde hacía meses, pero las letras comenzaban a abandonar la hoja de papel a gran velocidad. Le tomó algunos segundos reaccionar y recordar que las letras no se mueven solas encima de las libretas de apuntes, y colocándose sus lentes fue vencido por la realidad más simple: un ejército de hormigas hacía la retirada sobre el papel mostrando una verdad demasiado triste para ser aceptada: el papel aún continuaba en blanco. Toda una lástima. Y el escritor indignado comenzó a perseguir con su pluma algunas hormigas haciendo que se desperdigaran en todas direcciones, algunas de ellas murieron aplastadas por la punta de su pluma como justo castigo por haberlo traicionado llevándose consigo el mensaje perfecto para su amada, donde le agradecía sinceramente el haberse cruzado en su camino, al recordar aquel momento el escritor sonreía ruborizado, atesoraba buenos recuerdos sin saber con certeza a qué debía su felicidad, sin juzgar el pasado, simplemente sintiendo, derramándose en amor por otro ser,  y mientras otra hormiga caía aplastada, pensaba en todas las cosas hermosas que no había dicho, eso que íntimamente le profesaba sin poderle expresar, era un mal escritor, uno mediocre, sin experiencia y aquella era una maravillosa excusa para nunca escribirle sobre sus sentimientos y ya vencido por el tiempo, viviendo un presente muy compartido con el pasado, en este hoy donde ya nada importa, le agradecería alguna vez por su hermosa pluma fuente, sin contarle por supuesto, que para lo único que había servido a la perfección fue para matar hormigas falsificadoras de letras.
Hormigas