Según el diccionario la palabra “lector”, de origen latino refiere a la persona que lee, siendo la acción de leer, no solo la mera percepción de los caracteres que forman la escritura sino que involucra también la decodificación del contenido para lograr su comprensión. Para este proceso, el Ser humano utiliza principalmente la visión, y son muchos los datos científicos que pueden proveerse para describir la forma en que esta “percepción” se logra y el lector finalmente comprende e interpreta lo leído. El «cómo» ocurre este proceso en la mente, es objeto de estudio de una rama de la psicología llamada cognitiva.
Al igual que la observación de una pintura o una escultura, la escritura se revela como un arte que depende en gran medida de su observador.
El lector más que nunca ha pasado de convertirse de un ser externo del proceso creativo para venir a formar parte vital del mismo al ser su destinatario final. A los escritores nos interesa que nuestro lector entienda lo que queremos decir, pero esto es cada vez más y más difícil porque hay un ego que influencia la lectura y modifica los contenidos convirtiéndolos en experiencias muy personales.
El término: “La Lectura Meditativa”, que durante décadas se había utilizado exclusivamente para referirse a la lectura de textos divinos que requieren para su comprensión mucho más que la simple decodificación de la escritura, pretenden encontrar la significación de Dios, hoy en día también es utilizado para referirnos a ese ejercicio constante de los lectores de interpretar los textos para extraer enseñanzas personales, muy utilizado sobre todo en la lectura de libros de contenido espiritual, autoayuda, motivacionales y poemas.
“La lectura ha sido una disciplina espiritual central entre los practicantes de la fe cristiana desde tiempos antiguos. Específicamente, la lectura piadosa de textos escriturísticos, patrísticos y otros, por ejemplo, ha sido un elemento básico de la vida y disciplina monásticas durante siglos, y la lectura devocional de la Escritura ha sido común entre los cristianos, clérigos y laicos, al menos desde la Reforma. Enfocando en la lectura de la Escritura como la fundación de la vida espiritual cristiana, el monje Cartusiano, Guigo II, articuló en el siglo XII lo que vendría a ser conocido como la estructura de cuatro partes de la lectio divina: lectio, meditatio, oratio, contemplatio [lectura, meditación, oración, contemplación], una estructura similar a la propia meditatio, tentatio, oratio de Lutero. ”(http://www.ielu.org/liturgia/lecturaescritura.htm)
Practicar la lectura meditativa es entrar en un estado de consciencia que permita obtener algo más que una simple recopilación de información, es un proceso que requiere la utilización de varias tecnicas:
– Leer por pasajes. Este tipo de lectura toma pequeñas partes del texto para leer una y otra vez de manera que siempre se obtienen ideas frescas y novedosas del mismo.
– Lectura repetida: leer sobre lo leído nos refuerza la atención y permite descubrir la particular importancia de la selección de palabras hecha por el autor.
– Leer lentamente: Esta comprobado que el ser humano tiene la capacidad de leer todo el contenido de una página de una sola fijación, pero sus “sacadas” (o redirección de la mirada de un punto fijo a otro) no es tan hábil, por lo que tenemos la facultad de poder escoger dónde fijamos nuestra atención al mirar.
– Vocalización: es cuando leemos internamente, supone que en nuestra mente articulamos los sonidos vocales que representan las palabras del texto, lo que inmediatamente reduce la velocidad de la lectura.
La lectura es una interacción de nuestras experiencias y conocimientos previos o actuales con el contenido gráfico de un texto para permitirnos descubrir su significado, pero para hacerla enriquecedora es necesario meditar sobre lo leído, concentrarnos y permitir que se nos revele el verdadero contenido de la escritura. Me permito incentivarles a recurrir a este tipo de lectura con cierta frecuencia para interiorizar conceptos, diluir autores de gran complejidad y volver a disfrutar de los libros como lo que deberían ser: un placer.