En el Congreso de mi país hace ya varios meses se debate sobre un artículo que aparentemente formará parte de la nueva constitución que va a regir al pueblo dominicano y es el famoso artículo 30 que establece: «El derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte. No podrá establecerse, pronunciarse ni aplicarse, en ningún caso, la pena de muerte», buscando con esta disposición hacer tajantemente ilegales cualquier tipo de aborto.
No quiero opinar demasiado porque la verdad es que estoy en contra de su inclusión, creo que como está consagrado el texto constitucional en la actualidad es más que suficiente, y además tenemos una disposición penal que castiga el aborto. Aún no hay nadie que haya podido convencerme de la la necesidad de esta reforma que tendrá consecuencias legales muy extremas.
Sobretodo porque esta disposición (y el debate que la acompaña) va estratégicamente dirigida a penalizar un tipo muy particular de aborto que sucede en la actualidad, pero éste es la consecuencia de un gran causa que nos hemos limitado a verla como la punta del iceberg, cuando todos sabemos lo que hay debajo del agua: tabúes, familias disfuncionales, la cultura de «el qué dirán», mala educación o su carencia total…
Sin embargo, esta situación me ha dado con crear y a propósito del tema y algunas historias que he escuchado me ha salido este cuento que comparto por aquí. Sin ánimo de juzgar, ni de crear polémica, sólo literatura…
Usted Ha Olvidado Su Contraseña
(Cuento)
Decidí acabar con mi mundo hoy, olvidarme del 21 de noviembre del 2012, de Nostradamus, los Mayas y no se que ocho cuartos. Decidí que el mar que conozco dejaría de tener un límite visible, que descubriría redondeces en todas partes hasta en las caderas flacas, en mi vientre fértil o en el príncipe azul que aún no he podido conseguirme.
Decidí también que el poema de Pedro Mir estaba incompleto, que le faltaba una estrofa que dijera a capella, sin bellezas literarias y sin versos endecasílabos: “Hay un país en el mundo, coño, donde la gente nace muerta”. Y me enfermé al decirlo, estornudé con una alergia que me comía la garganta, el aguacero en mi nariz no se contenía en el pañuelo, y comencé a llorar esta mañana porque me enteré por el periódico que todos mis amigos se habían vuelto poetas. Mi madrastra, preocupada, insistía en prepararme un té de hojas de guanábana y le decía que si seguía en eso tarde o temprano iba a envenenar a alguien. Y agarré uno de los libros del viejo que reposan en la mesita del balcón con una soledad que sólo se la había visto antes a mi abuela, los libros también envejecen, leer a Anton Chéjov es como sentarse a conversar con un anciano, los temas, las ideas, ya no significan lo mismo. Miro la portada y le pongo la misma cara que le ponía a la abuela y lo cubro con la sección del periódico que estaba leyendo antes de declarar que estaba a punto de suicidarme, y con esa acción tapo otra cosa más en mi vida.
Me voy a la habitación y agarro papel y lápiz dispuesta a escribir, porque las únicas cartas que se escriben sobre papel hoy en día son las suicidas, pero escribir a mano ya era de por sí muy sospechoso, así que saco la computadora de su bulto. Atrás en el cuarto de lavar mi padre grita: “que te calles, cállate, cállate…” pero su mujer no se callaba, sólo había un estruendo de muchas palabras dichas tremendamente a prisa, como si el tiempo se fuera a gastar y nunca hubiera suficiente para decirlo todo y el orgullo de tener que decir algo estuviera por encima de la falta de contenido, pero la admiro, el que alguien defienda su opinión sin importar cuál sea ya es un acto patriótico, mi madrastra es una mártir, creo que merecía una vida mejor de la que tiene.
Me disculpo un momento, tengo que ir al baño, los suicidas también tenemos emergencias de vida. Regreso en media hora. Me llevo a Chéjov.
Me disculpo porque no puedo crear tiempo en una hoja, no se pueden medir cuántas páginas en blanco representan treinta minutos, el papel es sólo papel, la delgada presencia bidimensional que lo soporta todo.
“Ya no me quedan huesos debajo de la piel…” empiezo la carta tratando de hablar en un lenguaje que entiendan mis amigos de primera plana para que después puedan explicarles a mi familia todo lo que no les podré decir, “…no tengo ánimos suicidas, esto fue sólo algo espontáneo, como el agua cuando se evapora con el calor, decidí acabar con mi mundo desde hoy, decidí que mi ombligo era muy feo, que el pelaje bajo las axilas y en las piernas eran muy mala excusa para creer que lo que amé era un hombre, subrayo: un hombre, uno de verdad. Me disculpo porque ya no hay fantasmas en mi vida, ya nadie me sigue, nunca me ha faltado nada, nunca me han atracado, nunca se han metido a robar en mi casa, pero, personas serias que jamás serían llamadas ladrones, me han sustraído muchos sueños …” otra pausa, me explico: pido disculpas porque necesito ser cortés, mi madre que ya falleció me enseñó a ser una dama, no una mujer, una dama. “…pensaba que refugiarse en el amor era una forma de volverse adulto…” Ya no creo en el amor, valga decirlo, voy a teclear algunas observaciones, voy a volverme infinita pensando…” No quiero explicarlo, me suena a analizar como lo hace mi padre, ahora se me acerca y viene a desearme buenas noches, tengo la carta abierta en la pantalla, pero no la puede leer, no tiene sus lentes puestos, y aquí estamos mi carta y yo pidiéndole la bendición y él la da tranquilo porque ni sabe, ni se imagina que necesito otro padre “…necesitaba un padre para el hijo que iba a nacer, uno que me premiara con el título de esposa, o de madre, o de compañera, o de concubina, o de algo que no sonara tan vergonzoso para ustedes, estaba dispuesta a negociar si hubiera sido necesario…” mi madrastra acaba de traer el té, tenía un olor desagradable, pero no tanto como el que le tocó a Chéjov en el baño, miraba la taza y la veía a ella – No te preocupes, éste te va a caer bien, no como el del otro día- y pretendía no recordar mucho, me estrujaba la camisa a la altura del vientre y cubría un poco la pantalla con mi cuerpo. – ¿y qué estas escribiendo?- decía con interés. “Estoy pensando volverme poeta” dije irónicamente, y mi madrastra adoptaba la pose de reina de belleza con una sonrisa perenne retirándose a la cocina bajaba una preocupación de entretelón, una impotencia enorme tras bastidores, pero delante en la escena expuesta sólo veía su relajada respiración, la normalidad de un no pasa nada, el mundo sigue siendo cotidiano.
Yo seguía escribiendo: “…tengo días sin dormir, adrede, decidí que ya he descansado lo suficiente pues estos años de siestas de más, bajo los excelentes cuidados del personal médico me han dado la suave serenidad de un cadáver fresco, apenas otro más para sumarle a la corta lista de tres con que justificaremos las angustias de saber que nunca seremos abuelos, ni ustedes, ni yo.” Y termino la carta rápidamente porque escucho que viene subiendo por las escaleras mi hermana la doctora que regresa de su guardia en la clínica. De repente se va la electricidad y el sistema de la computadora se reinicia, una ventana pequeña me pide insertar una contraseña para entrar. Tecleo la que recordaba y el sistema se enfurece, en la esquina de la ventana aparece un mensaje con vínculo que pareciera un reclamo: “usted ha olvidado su contraseña”, elijo la opción y soy guiada hacia un cambio de clave, al terminar la operación de varios minutos el agua que iba a evaporarse todavía seguía siendo sólo agua, el mensaje en la pantalla salió vacío y ya no recuerdo las razones por las que mi mundo acabaría tan pronto, así que decidí comenzar mi propio poema: “hay un país en el mundo donde la gente nace muerta…” – en que tu ta’ manita?- escuché que me preguntaron dulcemente pero no contesté. – responde aunque sea, coño!- ah! se me había olvidado el coño: “hay un país en el mundo donde la gente, coño, nace muerta.” y levanté la taza de té para tomar un sorbo, el sabor de guanábana mezclado con otra cosa que no se qué es, ni quiero saberlo asegurarán trabajo mañana a mi hermana y sus amigos los doctores, presionarán con el bisturí el vínculo para los que olvidaron la contraseña y me sacarán una nueva clave para que cuando la inmensa colectividad de los demás vuelva a pronunciar mi nombre de usuario tenga la oportunidad de olvidar y comenzar de nuevo.