LAS CAJAS DE ANGELA

(Para Angela)

No llevaba muchos pasos recorridos, era sólo otro camino entre todos los que pisé a lo largo de mi vida, un trecho más, un pedazo que falta para llegar a aquel sitio en el que no me había dado cuenta que ya me encontraba, una calle creada para mí sola, para que viera pasar los carros de antes de ayer y para que me detuviera de nuevo frente a la puerta de mi oficina con la seguridad atemporal de que esa era la fachada del edificio de mi antiguo trabajo. Las amistades que iban ahora a mi lado eran compinches desconocidas que debían estar ahí acompañándome apenas porque hacían falta en este instante de mi historia, pero no porque significaran algo, no porque sintiera, no estoy segura que las emociones estuvieran presentes en la conversación aburrida que se había instalado en nuestras bocas articulando gestos y permitiéndonos sorber entre suspiros un trago de un café que sabía también de forma atemporal como el que preparaba la señora de la limpieza de mi ex-trabajo.

Finalmente cortado al ras cierto tema, cuyo contenido no logro recordar, tuve tiempo de escuchar repicar en el aire el sonido de mi teléfono oculto discretamente  dentro de uno de los bolsillos de mi pantalón. La voz del hombre que me trae de cabeza me saludó al otro lado. “No puede ser” fue mi respuesta al saludo, el análisis de la situación hacía imposible que él, es decir: él, me estuviera llamando, era increíble tan sólo que ésta persona, miembro honorable de mi comunidad al que siempre quise saludar sin atreverme, supiera el número de mi celular, era absurdo siquiera pensar que esta persona supiera quién yo era.

A pesar de no entender la razón de esta llamada y mostrarme francamente sorprendida, él, seguía  ignorando por completo todo mi asombro, estando a gusto en su situación de protagonista, sabiendo que su voz diluía a las amigas falsificadas que estuvieron a mi lado antes de contestarle y ahora formaban solo 2 columnas de aire circulando a cada lado de mi presencia encima de la acera.

-“Angela, estoy aquí”- dijo

– “Aquí”?, ¿aquí dónde?

– Frente a ti.

– Pero yo no te veo.

– Sigue caminando que me vas a ver- y obedecí sus órdenes aunque una duda me impedía avanzar sin destino por esta calle de hoy donde todo era de ayer.

– No te veo- insistí nerviosamente.

– Descuida, sigue caminando que dentro de poco me vas a ver… y decidí confiar en sus palabras, cerré el teléfono y aceleré el paso para llegar antes de lo previsto, no sé que estaba previsto, pero a lo que fuera tenía la imperiosa necesidad de anticiparme.

Me detuve abruptamente un instante, pensé:  aquí, antes de llegar, está mi auto, tengo en él unas cajas que necesito echar en la basura, y seguramente encontraré un zafacón antes de llegar donde él-  me desvié, tomé las llaves y saqué 2 cajas de cartón que de lejos se veían muy ligeras pero a medida que iba caminando pesaban cada vez más. Tengo que tirar estas cajas. Pero siento que estoy llegando y no puedo presentarme así frente a él, estas cajas contienen cosas que no quiero que él vea, pero tampoco quiero que me vea tirándolas, y ni pensar regresar al carro para devolverlas porque perderé gran parte del tiempo que necesito para coincidir con él. Así que me detuve nuevamente a pensar, esta vez a pensar en serio, evaluando lo más conveniente. Las cajas pesaban como piedras, recordaba las pequeñeces inservibles que la habían llenado durante años, pesaban como plomo, y yo seguía ahí, parada en el dilema, buscando una solución, perdiendo el tiempo para tomar una oportunidad, mirando pasar a un frutero que pertenece a otra calle que conozco pero no a ésta, pensando en el hombre que me espera más adelante, pensando, parada, ahí… inmóvil.