Los Nueve Días de Una Historia

(Cuento)

Para mis amigos geómetras.

A los ocho días de su muerte, su vida aún no había comenzado.

Era un día feriado, esos que no me gustan porque me sacan de eje, porque nada extraordinario pasa, porque son como cualquier otro, pero con menos gente en la calle, con un cielo más despejado, con un aire ligero y ausente por momentos como si algo muriera en él cada segundo.  Allá, bajo la escalera, hay un mundo que discurre hacia el pasado, dejándose consumir por una ausencia. Las personas que adornan la sala como objetos, hablan bajo y no contestan preguntas, sólo toman decisiones generalmente servidas sobre bandejas en forma de alimentos que no hacen ruido. Cada escalón descendido cuenta, alguien enfrascado en sus penas con cierre hermético tropieza conmigo en el descanso, pero no lo nota, pienso que es normal, ya no queda mucho de mí.

Vuelan trocitos de servilletas desechables, en los resplandores de la luz que triangulan en medio del salón creando un tetraedro de misterio. Soy fanático de la geometría, me suena un poco a religión, a ser protestante, a decir algo así como que “despido a mis apóstoles”,  como que reniego de los espíritus que acompañan a los cuerpos.

Dejo otro escalón atrás, tratando de recordar historias sobre esta persona, no hay mucho que contar, a veces pienso que no hay nada que contar. Ni aún por ser feriado había en el salón amigos, sólo la familia, entendida como los ajenos a su voluntad que no tenían más remedio que estar ahí,  turistas en los sentimientos, llorando sin un porqué claro, fingiendo para no sentirse tan mal con ellos mismos, cumpliendo con un compromiso tácito.

Para mí, es un día como cualquier otro, sin nada memorable, sólo un cadáver. La muerte es absurda, crea un pausa en la continuidad del mundo, luego de ella sólo puede existir el olvido, aquel que llega pasado los nueve días, acabando con el concepto de la eternidad que suele parecerse a los fraudes, tiene una delicada proporción de desconfianza, de no presentar pruebas. ¿Será éste sentimiento sólo un fenómeno y estaré formando parte de algo, un poliedro sin aristas?. El que no sabe explicar que siente no puede entender que pasa. Ahora no pasa nada. Dejó de pasar cuando llegué al último escalón desde donde finalmente recordé algo.

De la angustia de los primeros días, queda el mutismo de la costumbre, se parece mucho al discurrir habitual de la casa, los niños que vinieron el día primero  deben estar ahora en alguna marquesina jugando alegremente, siguiendo con su vida, olvidando, como debe ser. Hay una mujer importante que también está olvidando, susurró una frase en la cocina de autoconsuelo de que pronto pasaría todo, abrigué algo de alivio al escucharla que más tarde, cuando comenzó a caer la noche, se pareció sus palabras se me figuraban a como traición. A Sentirse extrañamente negado.

A eso de las 5:00 de la madrugada escuché un ruido en la escalera. Los fantasmas sirven, a su modo, son un recordatorio de que olvidar cuesta, nos plantean la jugarreta de que en el momento más inesperado podemos ser el sobresalto de alguien,  un espacio cierto dentro de su presente, un momento en su vida, algo de esa eternidad que me disgusta.

En el silencio de otra reunión familiar desapareció un poco del amor y fue suplantado por una melodía triste. Tenía la necesidad de bajar completamente la escalera y contarle a alguien sobre esto. En esencia todas las historias son tristes. Las personas son esencialmente tristes.  Buscan siempre el reverso de la felicidad la parte invisible e imponderable.

Parado encima de la huella del escalón recordé que hace nueve días algo sucedió allí. La muerte no fue un teorema, sino axiomática. Reviviendo aquel momento, siento aversión ahora por todo lo que ha sido mi vida, por las partes irreales que no permití dibujarse por los pensamientos demasiado racionales y mecánicos.  En medio del luto, observo en el siguiente escalón una anciana vistiendo un suéter de un rojo apagado. Pienso que a la abuela  se le ha aflojado otro tornillo o quizás que los muertos somos daltónicos. Tengo ganas de ser serio,  de decir formalmente que no siento ningún dolor, que para ser honesto no siento nada como antes. ¿antes de qué?. De aquel espacio pasado que ocupa un lugar en la agenda del tiempo.

Algunos libros amontonados al lado de una silla de color rojo me advierten que el daltonismo queda descartado. No importa lo que hay allí, tirado en el suelo, sólo el color rojo. Lo vi correr hacia abajo como una alfombra rodando por la escalera, en la dirección opuesta de la parte que sigue al descanso. Y allá abajo se creó una marca circular, justo en el escalón de arranque. Desde aquí la puedo ver claramente y bajo, como he estado haciendo los últimos días, otro escalón. Cada día más distraído,  perdiendo contacto con el ahora, sin poder recordar grandes detalles, solo las cosas que no se olvidan porque son importantes.

Pensé en uno de los libros de arquitectura tirados al lado de la silla, siempre me gustaron las escaleras. De niño construía cientos y cientos de escaleras con bloques de lego, me gustaba la idea de cosas para subir, de tener apoyos. La de mi casa es una escalera de ida y vuelta, formada por dos tramos rectos en direcciones opuestas, separados por un descanso. Volví la mirada y bajé un poco el cuerpo escudriñando en la contrahuella, la señora de la limpieza no hizo bien su trabajo, quedaban rastros de lo que fui en ciertas partes y de repente todo era claro, me golpeé con los voladizos al caer, así fue como empezó la historia. Perdón, mi error. Como acabó.