Dosis de Luz de Luna

Hay una luna en alguna parte persiguiendo a un autobús. Lo sé porque la veía desde adentro, a través del cristal de la ventana, vertiginosamente en movimiento, brillando demasiado, delineando nubes, abriéndose camino entre las sombras con toda su plenitud radiante.

Fija, con mi cara inclinada sobre el vidrio la vi correr insistente, acosándome con su gibosa redondez, como quien reclama algo, llamando mi atención y la de todo el mundo, no, no todo el mundo, solo de aquellos que sienten, – “tú no eres como todas las mujeres- me dijo- tú eres especial…”-  tampoco todas las lunas llenas son iguales, ésta es diferente, es la más brillante de este siglo, y para mí la más luminosa de los últimos 30 años.

Aparto la mirada pretendiendo liberarme de la adicción que me provoca contemplarla, a mi alrededor percibía en la penumbra las ondulaciones de los cuerpos de los pasajeros del autobús que dormían o levantaban sus cercas de música digital al conectarse a los audífonos de sus celulares y ipods, ajenos, como si estuvieran ausentes, como si viajara con nadie. A través de la ventana la luna sigue persiguiéndome escarchando de luz la carretera, esquivando las lomas de la cordillera Central, sólo unos cuantos kilómetros más y habrá llegado al destino conmigo, la observo con veneración, tiene mi respeto – No me interesan las razones por las que crees que hacer ese viaje es bueno para mí, no voy a ir contigo- Y justo allí,  cuando estaba por quitarme el sombrero de la admiración y dejarme atrapar por el sobrecogimiento, una montaña detiene a la Luna comiéndosela, en medio de la noche oscurecida solo percibía el contorno de la cumbre pincelado por la esférica luz que había encontrado un obstáculo invencible. Era la segunda vez que me perseguía sin alcanzarme, la primera vez fue en el viaje de partida, creo que la fastidié bastante, intenté atraparla en una fotografía para quedarme con ella para siempre, pero solo alcancé a captar un globo lejano y opaco en medio del vacío de la noche, ella se burlaba con aquella arrogancia de serena expectativa, observándome a mí, en mi espacio pequeño, esperando alguna reacción de mi parte, buscando llevarme a aliviar el malestar producido por la leve abstinencia de los últimos meses sin aquel hombre, no sé si mencioné que me gusta la noche y sus efectos, algo así como una dependencia. También me gustan sus hombres lobos, recostados en la barra de algún bar de moda eligiendo su próxima víctima, esos mismos que en las mañanas se levantan temprano para llevar a sus cachorritos al colegio, no se saltan ninguna señal del tráfico, hablan con moderación y no maldicen, dando una imagen honorable de sí mismos, platicando en los ascensores sobre la hermosa familia de la que tienen fotos decorando sus oficinas o haciendo la compra en el supermercado, disfrazando con la luz del sol su adicción por la luz de la luna, sí esos hombres me gustan, aunque no debieran…
– “Lo siento, ya metí la pata, no quise ofenderte, voy a comenzar de nuevo. mi nombre es… pronunció su nombre con cordialidad y terminó la frase con un: mucho gusto” y sonreí con sinceridad porque me la creí, me hizo gracia.

Luego de ver la montaña desdibujarse hasta convertirse en una sombra pareja con el resto del mundo exterior, observé de nuevo mi lugar invadido por las tenues lucecitas azules de las líneas de seguimiento en el piso del autobús. -“Eres una mujer …” decía añadiendo adjetivos adulantes para acariciar dulcemente mi ego,  las horas pasaron sin notarse porque en el fondo reía muchas veces con sus chistes y disfrutaba su compañía. Puse a un lado la cámara fotográfica. Estaba hermosa la noche con aquel refrescante plenilunio detrás de él, opacando en el firmamento cualquier estrella, opacando en el mundo a cualquier persona. La mirada del hombre consumía compulsivamente algo de su brillo empoderándole. Me tomó las manos listo para atacar. En mí, una sensación dual: por un lado quería besarlo, seguir en el juego, entregarme a lo desconocido, ser atrevida, perder el control, por el otro lado quería negarme, hacer lo que esperaba de mí la sociedad, lo que aconsejaba la moral, comportarme según las normas, desenmascararlo, quitarle las armas, dar por terminada la cita de una forma rápida y violenta, pero continuaba paralizada en un extraño punto intermedio en el que no hacía ni una cosa, ni la otra .- “¿A qué se dedica tu esposa?”- y la pregunta resonó en el aire como un disparo, la dije con inocencia, casi con severa curiosidad, analizando lo que le falta a éste hombre que posee todo lo que la colectividad prescribe para ser feliz, en el fondo ambos sabíamos que fue una alocución retórica, una situación puesta de manifiesto, y el hombre me miró como animal de cacería, con la misma concentración que los gatos cuando espían a los ratones esperando el movimiento, incrementando su interés por mí, conocida como amiga, desconocida como mujer , y allí dejó de ver la diferencia, se volvió imperceptible la línea  por encima de la cual se balancea la infidelidad. Aún no ha pecado. La salivación aumenta entre los colmillos.

Corrí la cortina de la ventana del autobús para evitar ver el paisaje acelerado que me comenzaba a producir mareos, sentí una invasión de nervios, un escalofrío, algo de temblor en las manos, demasiadas cosas juntas condensando un dolor agudo en el estómago y de repente un amargo sabor subiendo por mi garganta. Voy a vomitar, pensé. Me levanté bruscamente sintiendo las sacudidas de la guagua producidas por el constante saltar sobre los agujeros del asfalto deteriorado -es solo un mareo, es solo un mareo- me repetía intentando creer que era cierto y caminé con decisión llevándome de por medio los hombros de varias personas que sobresalían de los asientos interponiéndose en mi camino, solo había una meta inmediata, un rugir en mi interior se materializaba como si me hubiera tragado una bomba, -no vas a llegar- susurraba el pensamiento y  una vez frente a la pequeña puerta del baño halé con fuerza, la acción completa parecía que estuviera tratando de introducirme en el closet de un pasillo; una vez dentro, el panorama no podía ser más deprimente, un espejo manchado retratando mi presencia fue el único testigo de la primera embestida. A través de la pequeña ventana  veía de nuevo la luna llena, su presencia tintineaba detrás de la imagen del espejo como un pensamiento polizonte, recordé el momento exacto en que el hombre entrelazó sus manos con las mías y dijo con seguridad: “la he pasado sensacional, espero que se repita” y su deseo se convirtió  implícitamente en un nuevo compromiso, aquel que libera de su cautiverio al esposo secuestrado convirtiendo el matrimonio en un rito simbólico y me convierte a mí en una presa selectiva.

Un ardor amargo subió por mi garganta quitándome la respiración, y en la segunda náusea vino el vómito, me retorcí agudamente sobre el lavamanos expulsando pedazos de alimento que salían por boca y nariz en un solo caldo rosado lleno de elementos, el hedor invadía el pequeño espacio abundantemente, abrí la llave de agua, pero en vez de ayudar a desaguar el vomito por la cañería, el recipiente se tapó creando un lago repugnante. – ¿Qué hizo este hombre conmigo? – pensaba considerándome la víctima, tratando de recordar las veces que juré dejarlo auto-engañándome, y luego volvía con él enloquecida por esnifar su perfume- ¿Qué he hecho?- reaccionaba como culpable, no voy a juzgar esto, no quedan muchas opciones, los príncipes azules no existen y yo no me vuelvo más joven cada día. Lo necesito.

No recuerdo con precisión los detalles, solo un frío intenso que se apoderaba de mis huesos como si nevara haciéndome temblar por completo y otra precipitación del cuerpo una vez más, quizás alguna parte de la cena atascada en mi nariz que tuve que expulsar a presión para poder respirar. Hubiera merecido asfixiarme.

Luego de aquella descarga mi cuerpo se sentía aliviado. El vaho continuaba allí. Me levanté haciendo equilibrio con las manijas y sobre mi nuca una corriente de aire proveniente de una salida del acondicionado me proporcionó un alivio como nunca antes sentí en mi vida, un masajeo casi angelical llenando mi piel de recuperación. Al sentir una brisa fría, congelante, no fresca como hace minutos recapacité en el hecho de que ya estaba mejor y me di a la labor de tratar de acomodar el desorden, destapé el contenedor de jabón líquido para esparcirlo sobre el desastre tratando de minimizar el desagradable olor que me provocaba nuevas náuseas. Aproveché para enjuagarme las manos y la boca como pude sin tocar los desperdicios, no porque quisiera quitarme el desagradable olor, poco me importaba en este momento en que me sentía tan mal, pero me daba vergüenza salir así, tenía demasiadas ideas sobre los demás allá afuera esperando olfatear mi desgracia. La sensación de sus miradas sobre mí me acobardaban, me senté sobre el inodoro tapado por un momento secándome las lágrimas, los movimientos del autobús se intensificaban en este espacio, mi estómago no estaba listo para ese maltrato, me enjuagué  los ojos, no había opción, o la batidora estrecha o mi asiento al lado de la ventana, elegí mi asiento. Al abrir la puerta unos respiros desafortunados anunciaban el descontento de la gente que me observaba salir, volteaban la cara evitando el olor más que el rostro de su ejecutora, no les importaba si yo estaba bien, si me había desmayado ahí dentro, si vomité la mitad del tubo digestivo, sólo les parecía repulsiva e inaceptable. De repente el autobús que sentía vacío se llenó de comentarios dichos en susurros, me enrollé en el asiento como un gusano.  Faltaban 15 minutos para llegar a la estación, parecían 15 horas, los contaba en el reloj instalado en la parte frontal de la puerta de salida. La gente también contaba los minutos después de mi.

Antes de detenerse el autobús, ya los pasajeros comenzaban a levantarse de sus asientos amotinándose en el pasillo, en el instante exacto en que el chofer alineó el vehículo con las líneas amarillas del estacionamiento y puso el freno que creando un sonido de desinfle hizo bajar un poco la altitud hasta hacer posible el desmonte de los pasajeros en la escalinata, una mujer se lanzó desesperada a la puerta. Todos me miraban reprobándome. Alguien me empujó para salir primero y más de uno se me adelantó maleducadamente para no quedarse de último.

Cuando pude finalmente llegar a la puerta de salida, el joven chofer me sostuvo por el brazo para ayudarme a bajar, le dí sinceramente las gracias con voz entrecortada notando que había quedado afónica a causa del esfuerzo. Sentí el ardor en la garganta que me impedía modular cualquier palabra que no produjera una estela de respiración forzada y un ronquido.
En el parqueo de clientes el hombre me esperaba dentro de su auto, ni siquiera se bajó para recibirme, no quería ser visto, hablaba por el celular en monosílabos, al ver las maletas se vio forzado a la caballerosidad descendiendo del auto y mirando con discreción a todos lados, me dio un beso rápido tapando el micrófono, ni siquiera notó el sabor amargo.

No hice el viaje con él, resistiéndome a admitir lo que era evidente. Colgó la llamada despidiéndose tiernamente de su esposa, el hombre volvió la mirada transformado y me tomó de la mano con sus garras aprisionándome; la bestia dentro de él lanzó una dentellada feroz y comenzó a engullir lentamente mis entrañas, el corazón es una víscera más, le permito destruirlo, y allí tendida, sin pulso, con las heridas abiertas, las últimas gotas de sangre abandonaban la carroña deshilachada por una bestia satisfecha, que se relamía el hocico y las patas ensangrentadas. En el cristalino de mis ojos se dibujó un punto de luz, y moví lentamente la cabeza observando el origen allá en el cielo. Los rayos de la luna van metiéndose por mi piel, por mi nariz, por mi boca, creando emociones artificiales, dándome la valentía de ser mujer, destruyendo las ideas de los hipócritas que abofetean a los que se levantan contra su moral anticuada y se reconocen como son, sin tristeza y sin miedo, sin un trauma familiar de donde echar mano para culpar a alguien. Descorran las siniestras cortinas negras y quítenme el cojín debajo de las rodillas, porque ni estoy frente a un cura, ni me estoy confesando, simplemente reconozco el placer de una felicidad prestada, lo acepto: he perdido mi voluntad, ya no puedo controlarme. Observo embelesada la luna recibiendo mi dosis, no sé si mencioné que me gustan los seres lobos, ahora soy una como ellos.