El Presente

Hoy… alguien abrió los ojos y fue consciente de que a partir de este instante moría cada segundo. Miró a su alrededor, buscando la luz de la lámpara que dejaba encendida cada noche, la claridad de la mañana opacaba su brillo anulando su presencia. Dejaba atrás en el mundo confuso de sus sueños las experiencias de todo lo que había sido,  recomenzaba su labor diaria de concebirse y verse nacer, justo en este instante en que sus párpados se pliegan abriéndose al milagro. Escuchaba un canto suave, una melodía de aves que le recibían a la vida, una sonrisa amplia fue su primer esfuerzo, luego, respiró profundamente disfrutando de algo oculto en el aire, sus manos caminaron la suavidad de su piel, se abrazó y besó cada uno de sus hombros con amor de despedida.  No le tomó mucho tiempo levantarse de la cama, se estiró fuera de ella como quien se desliza por la cintura de un enorme reloj de arena, estaba firme en su propósito de llegar. Tenía muchos años intentándolo, y cada año fallaba, esta vez era su oportunidad, para otra persona era importante que lo lograra.


La alarma sonó mientras estaba cepillándose en el baño, no era necesario que fuera a desactivarla estaba programada para apagarse luego de sonar durante un minuto esta misma fecha, a esta misma hora, cada año. No desayunó, como muchas otras veces tampoco lo hizo, decidió abrir la puerta acariciando el manubrio, atesorando ese recuerdo, impidiendo que el tiempo se lo llevara como un vendaval que arranca las hojas a los árboles. Antes de partir sonrió a las demás personas con las que vivía mientras ellas seguían  haciendo lo suyo, los mimó con la mirada y se sintió feliz de haberlos tenido a su lado siendo parte de su historia. Observó el reloj en la pared, debió haber salido hace media hora.

En la acera, antes de cruzar la calle se tropezó con una mujer a la que no había visto en años, la saludó con asombro, le dieron ganas de compartir con ella, de recordar un poco el pasado, de contarle cómo su vida había cambiado, la mujer sentía lo mismo, sacaba algunas fotografías de su cartera mostrándole a sus hijos, no paraba de hablarle, era imposible escapar de su atención, pensó en inventar una excusa, su mente formaba pensamientos que observaba materializarse en el aire en forma de cirros, el parloteo de esta mujer le cerraba lentamente la garganta como víctima de un ataque de alergia, debía salir corriendo pues cada minuto a su lado era un momento valioso que perdía. Le pidió a la mujer que le disculpara, pero no le explicó porqué, simplemente estaba tarde.

Antes de cruzar a la siguiente esquina tuvo que devolverse a la casa, con la prisa había olvidado el regalo. Cruzó el umbral de la puerta teletransportándose al pasado que había dejado en suspenso cuando abandonó el espacio y se fue,  sus noticias de antes de ayer habían desorganizado un poco la habitación en el momento que no estuvo presente. Tomó lo que vino a buscar rápidamente, pero antes de partir lo retuvo el periódico con la página de astrología abierta encima de la mesa, decidió leer su horóscopo, sonrió sintiendo un poco lo absurdo, pensó que tendría miedo para mostrar interés (siquiera momentáneo) en semejantes disparates, la astrología, los psíquicos, el futuro, todos con su autorización pública para tomarnos el pelo, reduciendo la vida a un evento aislado de experiencias orbitándole alrededor que luego pretenderemos voluntariamente olvidar, a veces por conveniencia, a veces por dolor, pero sobre todo sin pensar mucho para no gastarnos. Sacudió su cabeza de un lado a otro y reconoció otra pérdida de tiempo, era momento de irse. Abandonó la casa acariciando nuevamente el manubrio de la puerta despidiéndose, esta vez no iba a regresar.

Se acomodó sobre el cuerpo toda la carga que llevaba consigo, se detuvo por un momento con la vista lejana de quienes tratan de recordar algo que les falta. Titubeó. Podría quedarse otro día. Una idea se materializó claramente tomando el lugar de la duda: mañana sería muy tarde, hoy no lo era.

La nubes grises comenzaban a posicionarse sobre su cabeza anunciando que llovería, avanzó el paso de forma acelerada, alcanzando una muchacha que prácticamente corría de su lado de la acera, unos hombres que la veían desde la distancia, comenzaron a piropearla gritando: “preciosa, ¿cuál es la prisa?” aceleró aún más pasando a la muchacha, debía llegar antes de que partiera, era importante que entregara esto, era un bálsamo diferente, un regalo que le haría feliz.

Se metió en la guagua pública empujando a varias personas para no quedarse, llovía suavemente, apenas una nube. El chofer asombrado con aquella persona tan extraña y le preguntó reciamente hacia donde iba – ¡No lo sé!,- respondió al instante con un aire aristocrático- solo maneje, cuando vea que estoy cerca le aviso – los demás pasajeros rieron a carcajadas, el chofer arrugó un poco el ceño sintiéndose tratado como un sirviente, pero siguió las órdenes.

Una vez en el asiento empezó a acomodar una bolsa de papel con cuidado, un niño que venía sentado sobre las piernas de su madre le preguntó sin rodeos:
–    ¿Qué lleva usted ahí?,
–    Soy coleccionista- respondió al niño fijamente.
–    Yo colecciono tarjetas de béisbol,- dijo el niño sonriente- ¿qué colecciona usted?
–    Yo colecciono recuerdos.

Miró por los retrovisores del vehículo, les gustan, permiten ver claramente lo que vas dejando atrás, fue allí cuando sintió un fuerte punzada en el pecho que le cortó la respiración, observó su reloj de muñeca, pensó que quizás el viaje terminaría pronto, que no quedaba mucho tiempo. Trató de calmarse. Pensó en los globos de helio de los cumpleaños, siempre quiso abrazar uno a ver si lograba elevarse, era un ser pequeño,  se había encogido con el paso de los años,  aprendió a volar con su mente para recorrer los campos verdes de su infancia,  el sol radiante tras la nube de lluvia que se iba alejando traía a la memoria los regadíos en chorreras de los arrozales que formaban arcoiris al lado de los caminos y los rostros de la gente campesina que aún creía en algo.

Imaginaba en el lugar de destino a un persona mirando una caja hecha de caoba centenaria, en el centro del círculo las largas agujas de hierro forjado se desmayaban cada segundo, cada minuto y cada hora, encima de los soldados romanos que aprisionaban el tiempo. Abría el costado del reloj para husmear en el interior de la abertura, era un espacio angosto que utilizaba para guardar su alma.

Hoy esperaba entregar el obsequio, se lo prometió hace tiempo, y cada año se barajaba el mazo y se repartía de nuevo el juramento. – Aquí, Aquí, deténgase!- Pidió al chofer repentinamente asustando a todos los demás, quería bajarse desesperadamente, lo que faltaba lo haría a pie, corriendo. Se detuvo. Shhh! un silencio. Un sapo le saltó encima sorprendiéndole, gritó de espanto, decidió esquivarlo y seguir adelante, era muy tarde para luchar contra sus miedos. Miraba a ambos lados, la gente no le escuchó. Estaba bien, que sigan con su vida, no debemos estorbarlos, posaban para la fotografía de ese instante que era solo suyo. Debía avanzar, traía algo valioso, lo más importante que tenía para ofrecer, hecho con cada momento en que había pensando en esa persona. La gente se convertía en una reminiscencia nebulosa, el ruido de un beso tierno en la mejilla, un déja vu.

Sentía un amor de aquel que permitía ver la belleza de las cosas simples, un gran amor por alguien. Observó alrededor buscando a esa persona, estaba aquí en alguna parte, podía percibirlo, esperaba descubrir algo que delatara quién era, en qué sección del espacio escogida de la eternidad se encontraba. Giró un poco la cabeza hacia atrás  elevándola por encima de su hombro izquierdo, se volteó mirando a través de la hoja de papel que te cubre el rostro, se dibujó entre las letras un contorno bien definido, al fin te encontró. En ese momento dejó caer todo, sus manos colgaban pesadamente a ambos lados de su cuerpo completamente vacías porque no te podía dar algo que ya le pertenece, algo que no se termina, que no se gasta, te dio la confianza y la fe de que se extendería más allá de lo desconocido y te puso aquí justo donde debes estar y no en otra parte. Sintió el chispeo de un recuerdo de tu pasado, allá donde comenzó el engaño, cuando escapamos a los sectores de la temporalidad siendo niños. Cree que tú lo eres aún, te dio una identidad. Todo este tiempo esperando una ocasión especial y finalmente ha llegado. En medio de palabras que comienzan en una nueva hoja puedes ver claramente su silueta de “algún día”, permanece en atención, línea a línea, sin despegar la vista del papel. El destino es el camino, las cosas van a arreglarse pronto, la ansiosa necesidad de saber cómo será mañana, de prevenir, va a desaparecer, qué ocurrirá el mes que viene, el año próximo, ¿dónde estarás tú?. La persona sigue inmóvil parada frente a ti mientras te observaba despertar al mundo de lo palpable, entre las letras y las líneas, ves transparentarse la hoja, y borrosamente tratas de enfocar el obsequio que ha traído para ti, ¿qué es? La persona te habló de un corazón que te latía en las manos, hablaba de hoy, el día más bello, de este instante, el momento en el que estás, tu presente.