La Maga

Llegó con la cabeza agachada, secretamente avergonzado, cargando la tristeza de tener una familia y no tener ninguna, pensando que en algún lugar su mujer y su única hija celebraban la llegada de un año nuevo en el que no pensaban incluirlo. Cenó media hora antes de salir, no quería molestar con una boca extra a su familia de repuesto. Recibió la invitación para acompañarlos al mediodía cuando su compadre le recordó que no tenía porqué quedarse encerrado si había gente que lo apreciaba viviendo en la misma calle. No se atrevió a confesarle que además de hoy también estuvo solo en navidad, su cumpleaños y el día de los padres. Ahora titubeaba frente a la puerta con el puño listo para tocar “si me devuelvo me voy a quedar otra vez con el corazón al punto del ahogo”, golpeó tres veces y pensó que se iría a la cuarta. Una niña con un vestido de princesa azul con tules encrespados gritó “padrino” abrazándole las rodillas, apenas si podía contener un poco el agua que se le subió hasta los ojos con el apretón, detrás llegó corriendo otra niña con una varita mágica que al verlo le extendió un pedazo de papel para que escribiera un deseo. El compadre le explicó que la nieta mayor tenía toda la mañana leyendo en internet rituales para despedir el año.

En el patio estaban reunidos los demás, siete personas conectadas entre sí con hilos de historias que jaloneaban sus cuerpos hacia un centro que estaba en este lugar desde el cual todos se estiraban cada día hasta sus obligaciones, al colegio, al trabajo, a los hábitos; escuchó que peleaban en la cocina porque alguien dejó la luz del baño encendida y la nuera recordaba que la electricidad está muy cara y seguía la discusión en un “no fui yo” y luego que “sino quién” y cuando el pleito terminó regresaron de nuevo al punto de encuentro donde los hilos no se rompen sino que se fortalecen cada vez.

La niña lo apuró para que le devolviera el lápiz porque aún faltaban los deseos del abuelo que seguro iba a pedir volverse millonario y cuando lo fuera le compraría muchos juguetes, luego revisó su hoja de rituales, sacó un puñado de monedas y le entregó una para que se la pusiera dentro del zapato, agitó la varita hecha de un sorbete con una estrella de foamy escarchado para asegurarse de que llegara mucho dinero a sus pies; a la hermanita pequeña terminaron colocándole la monedita con cinta pegante en el talón porque se la sacaba frecuentemente para verla. Más tarde pidió a la abuela que sirviera “vino esponjoso” porque las burbujas traen felicidad a los adultos. Todos se reían a carcajadas de las ocurrencias de la niña, pero él observaba atento, deseaba que todo lo que este ángel pequeño prometía se volviera realidad. La princesa azul le recordaba a su hija cuando tenía esa edad en que todos los niños son así de dulces y se preguntaba «¿qué los iba amargando mientras crecían?» Le acariciaba el cabello y le deseaba tanto bien que la madre miró a su suegra sonriendo con pena. Cuando sentía que nuevamente le subía el reflujo de agua inventó una excusa para irse; la niña le suplicó que regresara antes de la medianoche.

Fue a visitar a su hermana, su familia no estaba ahí, sólo un grupo de borrachos vociferando “feliz año” y bailando bachata. Esperó otro poco para ver si su hija llegaba, deseaba tanto darle un abrazo, a su mujer no, a esa ya la había perdido; cada vez que tocaba alguien se asomaba a mirar por la reja…  No era ella. Pensó que en esa casa nadie le iba a cumplir su deseo, así que se devolvió adonde su compadre. Cuando faltaban minutos para las doce se reunieron de nuevo en el patio, las niñas gritaban, reían, saltaban, él volvió a tomar su lugar en la silla plástica que había quedado vacía, de repente estalló el primer cañonazo y comenzaron a contar «10, 9, 8…» tomaban fotos, el corazón se le desbordaba vaciándose un poco, ahora pesaba menos. La pequeña princesa salió del interior de la casa con un bulto rosado en el hombro diciendo “nos vamos de viaje”, la hermana mayor tomó otro bulto pequeño que había preparado y salió tocando una corneta, su tía que este año quería viajar en primera clase tomó solamente su cartera y una copa con sidra, él levantó un cojín y lo abrazó como si fuera su maleta, dieron una vuelta a la manzana del barrio riéndose al compás de los cornetazos, los vecinos que ya se habían acostado encendían las luces para ver la procesión, cuando regresaron preguntó a la princesa que a dónde fueron “¡a París y al Polo Norte!”, la abuela apenas podía moverse, se le salían lágrimas riendo a carcajada limpia. Luego abrieron la caja de los deseos mágicos, el abuelo sacó un fracatán que tenía guardado en el bolsillo del pantalón y le salió premiado con 100 pesos, la nieta gritaba “¡soy maga!”. Cuando se levantó para irse, la niña le dijo que faltaba una última magia y le dio una taza vacía pidiéndole que la llenara de agua porque dentro iban a quedar atrapados los malos recuerdos del viejo año. Todos hicieron fila frente al fregadero de la cocina y salieron a la calle para tirar el agua, cuando le llegó su turno supo que el corazón se le había vaciado. Los padres culpaban a la tía de haber bajado todo eso del internet y convertir a su pequeña hija en medio bruja. Cualquiera que fuera esta magia estaba haciendo efecto, ahora tenía espacio en su pecho para llenarlo con otras cosas. Se despidió de todos con abrazos y se montó en su carro. Tomó el celular y pulsó la tecla 1, una mujer contestó “¿papi?” creando un hilo invisible que le mostró el camino de regreso a casa.

(Concurso de Cuentos de Navidad La ZENDA e Iberdrola).